He desempolvado mi báscula
después de la Navidad. Imagino que como la mayoría. Mi báscula es de esas que te
miden la grasa corporal, el nivel de líquidos y demás. Creas un perfil en la
báscula especificando sexo, edad y altura y ella no sólo te pesa si no que te
llama gorda sin el más mínimo pudor: tiene unos simbolitos que te dicen si
estás en tu peso, si te has pasado un poco o si te has pasado mucho. Lo que
digo: te llama gorda pero con datos, no hay escapatoria ni excusas tipo “tengo
los huesos anchos”. Los datos son irrebatibles.
El caso es que después de pesarme
llegué a dos conclusiones: la primera es que toca hacer dieta después de estas
fiestas si no quiero lanzar mi báscula por la ventana y la segunda es que no
tengo claro si lo que nos asusta de los datos es nuestra privacidad o que nos
digan las cosas a la cara sin que tengamos opción a poner excusas malas. Digo
esto porque en 2014 entre el derecho al olvido y el escándalo de la NSA nos
hemos despistado en el debate que realmente afecta a la mayoría de las
personas: vamos camino de un mundo de desnudos digitales. Y mucho me temo que
no hay derecho a la protección de datos personales capaz de parar eso.
Cualquier analista web podrá
confirmar que los datos sobre nosotros son cada vez más fáciles de obtener, de
hecho la mayoría los damos nosotros mismos en redes sociales y formularios de
registro aquí y allá. También podrán confirmar que los perfiles que se pueden
generar sobre cada uno de nosotros son cada vez completos, precisos y
acertados. Y yo, con la cabeza puesta en mi báscula, he llegado a la conclusión
de que el gran problema de todo esto es que vamos desnudos por la vida y eso da
bastante miedo. ¿Significa eso que nos preocupa nuestra privacidad? Sí y no. Sí
nos preocupa el día que nos afecta pero no nos preocupa hasta entonces. Entonces
lo que cabe preguntarse es si lo que realmente queremos es un derecho a la
protección de datos o un derecho de no discriminación en función de los datos.
El problema de todo esto es que
no es un asunto sencillo si no extremadamente complejo por varios motivos:
1.- Nuestros datos están por ahí
sin control pero no porque las empresas sean mala gente si no porque nosotros
hemos dado nuestros datos (¿alguno sería capaz de acordarse de cuantas cesiones
ha autorizado?). Invito a una cerveza a cualquiera que mantenga un listado
actualizado de las cesiones de sus propios datos.
2.- Nada de cinismos: las
empresas necesitan datos sí o sí. ¿Nos hemos vuelto locos? La economía actual
exige eficiencia, un tipo de eficiencia alcanzable únicamente gracias a los
datos. Podemos negársela, sí pero nuestras empresas no están solas en el mundo
si no que compiten contra otras que sí tienen unos regímenes más flexibles en
cuanto a privacidad y, por tanto, están en condiciones de ser más competitivas
(simplemente porque son más eficientes).
3.- Los datos permiten tomar
decisiones, se supone que buenas decisiones o, al menos, decisiones más
conscientes gracias a una mejor información. La cuestión es ¿quién tiene esos
datos?, ¿qué decisiones está tomando? y ¿cómo me afectan a mi esas decisiones?.
Volviendo al caso de mi báscula:
he sido yo la que me he subido en la báscula y soy yo quién decido si esos
datos terminan o no en un repositorio en la nube (léase internet). Esos datos
son muy útiles para mí al facilitarme un control sobre mi peso en el
tiempo, estadísticas y relaciones que a simple vista a lo mejor yo sola no
detecto y gracias a los cuales podré tomar decisiones prácticas. La gran
pregunta es ¿esos datos repercuten en mi vida? Dependiendo de quién los tenga,
su capacidad para tomar decisiones y qué decisiones tome sobre mí efectivamente
puede ser que me encuentre indefensa si por ejemplo esos datos se usaran por
una aseguradora médica para decidir no asegurarme o no cubrir una serie de
afecciones, o por parte de un posible empleador porque yo fuera un grupo de
riesgo que estadísticamente causa más bajas laborales que el resto. En ese
preciso instante tendemos a decir que esos datos afectan a mi privacidad porque
son datos de salud.
Pues bien yo creo que lo que nos
preocupa no es nuestra privacidad si no las repercusiones que las decisiones
que se toman empleando esos datos tienen sobre detalles reales, prácticos y delicados
de nuestra vida real. Por tanto vuelvo a la misma cuestión: ¿queremos un
derecho de protección de los datos de carácter personal o un derecho de
protección a la toma de decisiones discriminatorias basadas en esos datos? El
tema es peliagudo porque si los datos son ciertos entonces, ¿es razonable
negárselos a quién tiene que tomar una decisión? Por otro lado cabe preguntarse
si los datos son Dios o si las personas tienen valor más allá de sus datos. Y
en caso de que lleguéis a la misma conclusión que yo ¿cómo compaginar los
derechos de todos de una manera razonable?
El debate está abierto, queda
mucha tela por cortar (y se cortará, eso seguro) pero es necesario que
centremos el debate de manera realista en lo que realmente nos preocupa, nos
interesa y lo enhebremos con la vida real en la que la mayoría damos nuestros
datos sin el más mínimo pudor a cambio de cualquier cosa que sea gratis. Prometo seguir reflexionando al respecto pero espero hacerlo acompañada de quién quiera aportar su granito de arena así es que, como siempre, los coemntarios son bienvenidos.