martes, 26 de mayo de 2015

Y tú, ¿cocinas o imprimes?



Lo confieso: la primera vez que oí hablar de impresión 3D no lo vi nada claro. Aunque tardé muy poco (una cerveza aproximadamente) en pensar sobre qué traía consigo la impresión 3D y me vine arriba pero de eso hablaremos otro día. El caso es que la impresión 3D se sumó rápidamente a mi lista de intereses y en poco tiempo la impresión de comida pasó a interesarme muchísimo. Vaya por delante que se me ocurren algunas (bueno en realidad se me ocurren muchísimas) cuestiones legales sobre este tipo de innovaciones pero este post no va de eso. Prometido.

Lo cierto es que si a uno le preguntan si se comería una pizza impresa la primera reacción es decir que no. Claro que, bien mirado, ¿por qué no? He llegado a la conclusión de que la culpa es de esa cosa llamada neurolingüística: no asociamos “impresión” con “comida” y cuando tratamos de relacionar ambos conceptos chirrían porque “impresión” suena a artificial. El caso es que por otro lado tampoco puede ser mucho peor que calentar la leche con microondas, ¿no?

En el último TEDxMadrid escuché una charla sobre esto de la comida impresa que avivó mi interés por el asunto y he estado leyendo sobre ello desde entonces. Ahí os la dejo por si a alguien le interesa verla:



A lo que iba: se abren numerosos interrogantes sobre cómo todo esto va a cambiar nuestra vida en los próximos años pero lo cierto es que va a hacerlo. No creo que vayamos a imprimir toda la comida porque tampoco tiene sentido para todos (yo por ejemplo carezco de microondas, he llegado a la conclusión de que no me aporta nada) pero sí es verdad que tiene muy interesantes aplicaciones. Ahí van algunos ejemplos:

  • Apasionados de la cocina que quieran incorporar detalles a sus platos que, por sus propios medios, serían muy complicados si no existiera la posibilidad de imprimir comida
  • Hay muchas personas que no saben cocinar y para ellos la impresión de comida ofrece la oportunidad más sana de comer que la comida precocinada
  • Personas con alergias alimentarias que quieran incorporar sus propios ingredientes a determinados platos
  • La posibilidad de usar cápsulas de comida puede facilitar el consumo de determinados alimentos (estoy pensando en los frescos) sin el engorro de que se caduquen. Aunque ya no serían tan frescos pero es una opción.
  • Igualmente las cápsulas de comida son una opción de llevar alimento allí donde es complicado (misiones espaciales o misiones en la Antártida por ejemplo)

La realidad es que a día de hoy podemos encontrar en el mercado los primeros modelos. De momento los hay de varios tipos (desde los que funcionan con cápsulas de comida deshidratada hasta los que funcionan poniéndoles tú mismo la comida en los cargadores). Los precios empiezan en los 1000€ (vamos, lo que viene costando a día de hoy una Thermomix). Hay una muy interesante (Foodini – el nombre el total, ¿no me digáis que no?) creada por españoles que, lamentablemente, no han encontrado en España ni el apoyo ni el entorno adecuados para desarrollar aquí el proyecto y lo están haciendo en Estados unidos.

¿Qué quiero decir con todo esto? El mundo está cambiando porque los que estamos en él estamos cambiando. La manera en la que vivimos, en qué gastamos el tiempo, cómo nos comunicamos, cómo aprendemos, cómo compartimos lo que sabemos, cómo nos informamos… todo, cualquier cosa… todo está en un proceso de renovación, la manera en que preparamos al comida también. En este proceso de cambio necesitamos con urgencia que el entorno normativo que haga posible que el talento desarrolle la innovación en España y en Europa para que la innovación genere riqueza y crecimiento aquí. No sé si el entorno normativo cambiará, en cualquier caso de lo que estoy segura es de que no tardaremos mucho en plantearnos si vamos a cocinar o a imprimir nuestra comida desde una app mientras vamos para casa. Al tiempo.

martes, 19 de mayo de 2015

¿Cómo nos repartimos los seguidores en redes sociales?



Cuando estudiábamos nociones básicas de biología en la escuela nos enseñaban aquello de que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Esto mismo trasladado al mundo de la empresa es de alguna manera así: las empresas se fundan, generan negocio, en ocasiones se expanden y también en muchas ocasiones “mueren” o “mutan” bien porque cierran, se fusionan creando una entidad nueva, hacen una escisión de rama de negocio, se venden, se liquidan, cambian radicalmente de actividad o cualquier otra situación parecida. En todas esas situaciones hay una constante que se repite y que, cada vez más, resulta importantísima: ¿qué hacemos con los datos?

Se ha dicho ya hasta la saciedad pero lo diremos una vez más: los datos son un activo económico que cada vez tiene más valor para las empresas. Como activo económico además los datos son extraordinariamente curiosos:

  • Pueden ser propiedad de varias empresas
  • Se pueden explotar sin que se desgasten
  • Se pueden copiar sin que la calidad de los datos sufran merma alguna


Los usuarios generan cada vez más datos y las empresas/organizaciones cada vez más conscientes de la importancia de esos datos para sus negocios los guardan. No pensemos sólo en las bases de datos tradicionales: ¿qué pasa con los perfiles en redes sociales?
 
Desde la aparición en escena de las redes sociales la comunicación y el marketing con los usuarios han cambiado de manera radical. Una red social bien gestionada que varios miles de seguidores reales y activos constituye un activo económico importantísimo en los tiempos que corren porque a ver, ¿cuánto vale un perfil en twitter con 12.000 seguidores activos y con un perfil de intereses concreto? No nos engañemos: mucho.

El caso es que las organizaciones tienden a no prestar la atención debida a la creación y gestión de los perfiles en redes sociales. El problema se genera cuando la empresa “muere” o “muta” porque mientras que una base de datos la puedes duplicar un perfil en redes sociales no. Cuando una empresa está por ejemplo en liquidación o se vende se da por supuesto en los procesos de due diligence que los perfiles en redes sociales son de la empresa y en más de una ocasión descubres que la cosa es mucho más complicada. Un ejemplo: 


  • El perfil usa el nombre de una marca registrada a nombre de uno de los socios y no de la empresa

  • No se ha firmado ningún contrato de licencia de la marca que habilite a la empresa para el uso de la marca que es propiedad del socio (aunque la marca se haya venido usando hasta ahora el problema cuando suceden estas cosas es que al no haber contrato se crea un escenario de inseguridad jurídica ¿hasta cuándo podemos seguir usando la marca?)

  • Aunque el coste (nómina o factura) del Community Manager lo haya estado pagando la empresa si el perfil es coincidente con la marca ¿quién tiene derecho a reclamarlo?  

  • La pregunta del millón: ¿a nombre de quién está registrado el fichero de los datos generados en las redes sociales ante la Agencia Española de Protección de Datos?


Todas esas inseguridades jurídicas son perfectamente evitables haciendo las cosas bien desde el principio y eso pasa por:
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  • Acordar unas condiciones concretas (y por escrito) sobre los derechos y la gestión de los perfiles en redes sociales en cualquier caso y más cuando la marca que usamos no pertenece legalmente a la empresa

  • Establecer unas políticas claras sobre la gestión con los Community Managers (al final son los únicos que tienen las contraseñas de acceso, entre otras cosas, y eso genera más de un quebradero de cabeza especialmente en los casos de despidos o conflictos laborales), por ejemplo:
  • Qué mail se usa para el registro en las redes sociales (siempre uno corporativo)
  • A nombre de quién se registra el perfil
  • Qué contraseña se establece (y cuándo se cambian esas contraseñas)
  • Qué descripción se pone en el perfil de la red social

Las oportunidades que nos ofrece el entorno digital son inmensas pero no están exentas de riesgos. Lo positivo es que los riesgos son controlables y más ahora que tenemos la experiencia de algunos años de gestión. Eso sí, lo que no podemos obviar es que el control de esos riesgos exige que los prevengamos y eso implica planificar el uso y la gestión de los medios y recursos que empleamos. Es una inversión que ayudará a ordenar la gestión de esos medios y que evitará quebraderos de cabeza que pueden salir muy caros (conozco casos que están terminando en juzgados para reclamar cuentas en redes sociales). 

Nunca está de más darle una vuelta a estos detalles para asegurar que los riesgos están identificados y convenientemente gestionados. Si no debemos ser conscientes de que vivimos en modo kamikaze y antes o después sufriremos las consecuencias.